Un patriota, ¿un idiota?
Lo reconozco: me la suda bastante España. Como concepto. Como nación de nacionalidades y nacionalistas. Como espacio geográfico delimitado con escuadra y cartabón arbitrariamente. Como recipiente de tradiciones de reprobable gusto y moralidad. No, no tengáis miedo, no pienso ponerme a despotricar de mi país como hace Fernando Sánchez Dragó en cuanto se le pone algo a tiro. De eso nada. Es sólo que España para mí no existe. No me siento identificado por una bandera, ni por un himno. No soy de un país. Soy de mi pareja, de mi familia y de mis amigos. Y también soy de mí mismo, que no es poco.
Pero por una vez en mi vida, lo cual me resulta levemente inquietante, me siento semi-orgulloso de pertenecer a este país. Y todo por culpa de once tíos que van detrás de un balón, que decía aquel. Porque ser consciente de que todos los ojos de un continente incontinente están puestos en ti y resolver la papeleta con éxito es bastante satisfactorio. Para ese país con forma de bota, algo menos, pero ya les iba tocando la patada en el culo. Y nunca mejor dicho.
Y además me encanta romper maleficios, sobre todo si son injustos y crueles. A partir de ahora los chistes de que nunca pasamos de cuartos quedan desactivados casi de por vida y contra todo pronóstico. Tantos años sin llegar a semifinales, tantos años sin solventar una eliminatoria en los penaltis. Todo son alabanzas. Sale el sol por Antequera, el Rey celebra las paradas de Casillas, Cuatro la caga con la retransmisión, los pajarillos cantan y las nubes se levantan. Todo es maravilloso. Bueno, casi.
Porque hay algunos seguidores de la selección que no están contentos, aunque pueda parecer extraño. No parece ser políticamente correcto hablar de este tema a estas alturas de campeonato, pero este blog no lo es, así que no importa. Me refiero a esas almas en pena que vagan por Austria (otro país, éste dibujado más al norte del nuestro) buscando consuelo y ganas de vivir llamados "raulistas".
Hay raulistas que se rinden a la evidencia, incluso se puede razonar con ellos. Otros, pertenecientes a la especie más peligrosa, los raulistus recalcitrantis, no se alegran del triunfo de la roja porque Raúl no forma parte de ella. Una lástima. A todos ellos, les dedico las siguientes palabras. La última vez que la selección española llegó a unas semifinales, Raulito no levantaba ni un metro del suelo. Sé que esto puede ser demasiado para vuestros maltratados corazones, pero así son las cosas.
Quedan dos partidos para que termine esta, nuestra Eurocopa, finalice. Pase lo que pase, nos hemos sacudido de los hombros ese olor a naftalina tan molesto acumulado en las últimas décadas. Y eso nos llena de orgullo y satisfacción, como diría Juancar. Pero en este punto se me ocurren varias preguntas. ¿Nos conformaremos con pasar de cuartos considerando que ya habido demasiadas emociones fuertes? ¿He de emocionarme escuchando el himno de España? ¿Llegaremos a la final y nos cagaremos en los pantalones? ¿Por qué los países de África son tan cuadraditos, rectilíneos y encajan tan bien unos con otros? ¿Andorra es de verdad un país?
Las respuestas, al menos alguna de ellas, el domingo como muy tarde.
Pero por una vez en mi vida, lo cual me resulta levemente inquietante, me siento semi-orgulloso de pertenecer a este país. Y todo por culpa de once tíos que van detrás de un balón, que decía aquel. Porque ser consciente de que todos los ojos de un continente incontinente están puestos en ti y resolver la papeleta con éxito es bastante satisfactorio. Para ese país con forma de bota, algo menos, pero ya les iba tocando la patada en el culo. Y nunca mejor dicho.
Y además me encanta romper maleficios, sobre todo si son injustos y crueles. A partir de ahora los chistes de que nunca pasamos de cuartos quedan desactivados casi de por vida y contra todo pronóstico. Tantos años sin llegar a semifinales, tantos años sin solventar una eliminatoria en los penaltis. Todo son alabanzas. Sale el sol por Antequera, el Rey celebra las paradas de Casillas, Cuatro la caga con la retransmisión, los pajarillos cantan y las nubes se levantan. Todo es maravilloso. Bueno, casi.
Porque hay algunos seguidores de la selección que no están contentos, aunque pueda parecer extraño. No parece ser políticamente correcto hablar de este tema a estas alturas de campeonato, pero este blog no lo es, así que no importa. Me refiero a esas almas en pena que vagan por Austria (otro país, éste dibujado más al norte del nuestro) buscando consuelo y ganas de vivir llamados "raulistas".
Hay raulistas que se rinden a la evidencia, incluso se puede razonar con ellos. Otros, pertenecientes a la especie más peligrosa, los raulistus recalcitrantis, no se alegran del triunfo de la roja porque Raúl no forma parte de ella. Una lástima. A todos ellos, les dedico las siguientes palabras. La última vez que la selección española llegó a unas semifinales, Raulito no levantaba ni un metro del suelo. Sé que esto puede ser demasiado para vuestros maltratados corazones, pero así son las cosas.
Quedan dos partidos para que termine esta, nuestra Eurocopa, finalice. Pase lo que pase, nos hemos sacudido de los hombros ese olor a naftalina tan molesto acumulado en las últimas décadas. Y eso nos llena de orgullo y satisfacción, como diría Juancar. Pero en este punto se me ocurren varias preguntas. ¿Nos conformaremos con pasar de cuartos considerando que ya habido demasiadas emociones fuertes? ¿He de emocionarme escuchando el himno de España? ¿Llegaremos a la final y nos cagaremos en los pantalones? ¿Por qué los países de África son tan cuadraditos, rectilíneos y encajan tan bien unos con otros? ¿Andorra es de verdad un país?
Las respuestas, al menos alguna de ellas, el domingo como muy tarde.