sábado, 31 de mayo de 2008

El objeto más codiciado

Hola taladrados del mundo. Yo nunca hablo de mi vida privada en este blog. Eso bien lo sabe Dios, o debería al menos. Y no hablo de mi vida por dos razones primordiales. La primera, porque no le interesaría a nadie. Y la segunda, porque no suele ser interesante. Pueden parecer la misma razón, pero no, son cosas muy distintas. Sin embargo, hoy voy a hacer una excepción.

Podría contaros que estoy hasta las pelotas de ver llover y que echo de menos la sequía. O que me descojono de la casquería en que se ha convertido el Partido Popular, y me río en la cara de Solbes cuando se empeña en repetir que no hay crisis. O incluso, que llevo tres días con fiebre y estoy al borde del delirium tremens. Pero no lo voy a hacer. Voy a comunicaros que he conseguido uno de los objetos más codiciados del planeta a día de hoy. Quizá esté exagerando. Pero sólo un pelín.

He de decir que aún no tengo este preciado objeto en mis manos, pero cuando llegue ese momento seréis los primeros (sin contar a mi cobaya, mi mano derecha) en enteraros. Hasta ese momento, se admiten apuestas en los comentarios, incluso peticiones de pistas que, si se me pasa el gripazo, me plantearía proporcionar. Si alguien acierta (cosa que dudo mucho) se llevará un detallito de parte del Taladrador. Aún no lo he pensado. A esta hora, un sugus azul es la opción con más fuerza.

¿Un trocito de la Atlántida? ¿Un pelo de la barba de Bin Laden? ¿El título de periodista de Jiménez Losantos? ¿Un billete de 500 euros? ¿El santo grial? ¿Una calavera de cristal alienígena? ¿Nada de lo anterior?

La respuesta, en unos días, y sólo en este blog.

PISTA: Este objeto, o uno casi idéntico, está en posesión de una de las personas más influyentes del planeta.

OTRA PISTA: El valor de este objeto no reside, ni mucho menos, en su coste económico.

martes, 27 de mayo de 2008

Toros 1 - Toreros 0

Este blog es, dentro de lo que cabe, bastante políticamente correcto. Y a veces pienso que no debería serlo. Total, estamos hartos de oficialidad, de espirales del silencio (es decir, dejo de opinar si mi opinión no es la mayoritaria) y de, en general, palabras medidas y milimetradas para no ofender a nadie. Un poco aburrido en ocasiones. Así que hoy, y sin que sirva de precedente, voy a ser un pelín incorrecto.

Porque estoy un poco harto de que siempre gane el torero, ese tipo sediento de sangre con uniforme de trabajo hortera que sale en las revistas del corazón. Es como si, por poner un ejemplo, en todos los duelos Federer-Nadal ganara siempre el suizo, y le clavaran una banderilla al manacorí para que se desangrara un poquito como castigo. ¿A que no sería emocionante? ¿A que no sería nada agradable? Pues eso. Así que anoche, al leer esta noticia en ElPaís.com, no pude evitar pensar en la alegría en el colectivo de los toros, esos bichos que llevan los cuernos con orgullo. Veamos:



Enlace a la noticia

No deseo este sufrimiento a nadie y mucho menos la muerte de una persona, como es normal. Ni si quiera a mi peor enemigo, el Exprimidor, con el cual algún día ajustaré cuentas. Pero tampoco deseo ningún tipo de sufrimiento a los toros, también seres vivos al fin y al cabo. Por tanto, desde este humilde blog, deseamos que El Ruso se recupere y, días después, fruto del susto, anuncie que deja de contribuir a la matanza indiscriminada de toros. Así todos saldríamos ganando.

De momento, si el señor Ruso está un poco jodido (y nunca mejor dicho), ha de saber que se arriesga a ello al ponerse delante de un animal con cuernos y con (más que justificada) mala leche que sólo se está defendiendo de una tortura intolerable y medieval. Tortura, eso sí, que mueve grandes masas de dinero y beneficia a las personas justas para que se siga permitiendo. Inexplicable, ilógico, pero así es.

Noticia del día: los toros son capaces de remontar un partido perdido desde del principio.

sábado, 24 de mayo de 2008

Operación Mercadillo

Hola a todos. Y todas. Hoy voy a hablar de Operación Triunfo. Hace ya un año que no me metía en estos berenjenales, donde no me llaman ni me llamarán nunca, pero mira, me apetecía. Resulta que el martes pasado me senté en el sofá con mi pareja a presenciar (o intentarlo) una semana más el, en palabras de Risto, karaoke más caro del mundo. Pero no lo vi de brazos cruzados, como cualquier español sin tiempo libre, sino armado hasta los dientes con papel y bolígrafo.

Porque es de todos sabido que la publicidad y las promociones cada día son más hostiles, más entrometidas. No estoy descubriendo América. Pero el caso de OT, con un Jesús Vázquez en su versión más mercader de una esquina cualquiera de Túnez, nos avisa de que las cosas están llegando a un punto peligroso para la salud mental del espectador. Operación Triunfo se ha convertido en un mercadillo televisivo en el sentido más amplio del término, en el que, de vez en cuando, entre los cortes de publicidad, los coches, la ropa, los bancos, conciertos, los estrenos de películas, artículos de belleza, ordenadores portátiles (lapso para coger aire), se ve a alguien cantando. Y no demasiado bien, que esa es otra.

Por ello, y por ello lo del boli, me decidí a contar minuto a minuto lo que sucedía en pantalla. Lo sé, fue duro, no hace falta que me deis las gracias. Y estos, queridos amigos, son los resultados. Me permito un margen de error de dos, máximo tres minutos. Porque yo lo valgo.


Duración total de emisión: 22:15 – 01:15 (aproximadamente y sin contar el puto chat sin censura). Tres horitas.
Tiempo de programa: 133 minutos
Tiempo de anuncios (incluyendo cortes y promociones durante el programa): 47 minutos


Es decir, aproximadamente un 26% de esas tres horas de emisión y de audiencias millonarias son de publicidad. Ni más ni menos. Uno de cada cuatro minutos son anuncios. Olé. Cabe también destacar el número de cortes de publicidad. Este martes hubo seis intermedios, de una duración media de ocho minutos cada uno, salvo un “corte exprés” de un minuto. Y también es destacable el elevado número de promociones durante la emisión. Fueron diez, si no se me pasó ninguno, cosa bastante probable por otro lado.

Estos son los fríos números, las gélidas cifras que demuestran que la publicidad es exagerada, cruel y martirizante. Y no lo digo yo. Lo dice la Comisión Europea, y se lo dice a España, país que se pasa por el forro el límite de 12 minutos por hora impuesto por Bruselas. Sobre todo las televisiones privadas, entre las que se encuentra la abanderada de OT.

Pero, como dije al principio, no me meteré donde no me llaman. Cuando Telecinco es la televisión del mundo que más ingresos genera, poco se puede hacer. Bueno, sí, apagar la tele y los audímetros en señal de protesta. Pero entonces nos perderíamos a Virginia llorando porque Sandra le ha quitado la cámara de fotos digital que le ha regalado una famosa marca japonesa, por ejemplo.

Y de eso nada, que una cosa es tragarnos casi 50 minutos de publicidad, y otra es ser gilipollas.

lunes, 19 de mayo de 2008

Vive el presente

He estado pensando mucho en estos dos mesecitos. Y he de reconocer que es una cosa que tampoco hago muy a menudo. La mayoría de las veces por falta de tiempo, eso sí. Que uno tiene una vida lo bastante ocupada como para desperdiciarla en gilipolleces. Pero sí, he estado pensando en la vida en general. Y he llegado a una conclusión tan tópica como reveladora: hay que vivir (o intentarlo al menos) cada segundo de nuestra existencia como si fuera el último. O casi, tampoco nos pongamos trágicos.

Porque la existencia del ser humano en nuestro planeta ha sido y será tan dilatada como efímera. Reflexionar sobre cuánto tiempo llevamos “en el negocio” es sobrecogedor. Hace casi 4 millones de años ya éramos hombres. Y mujeres, claro. Ya andábamos por aquí, bípeda y coloquialmente hablando, pisando el mismo terreno que unos bichos muy grandes (que harían de oro a un tal Spielberg) pisaron 61 millones de años antes. Luego llegaron cositas como el fuego, la rueda, el acero (inoxidable y todo), la electricidad, la televisión o los mini-ventiladores a pilas. Y parece que fue ayer.

Pero es aún más inquietante pensar que hace poco más de 60 años el mundo estaba inmerso en una guerra mundial que dejaría a Europa hecha unos zorros y cambiaría de signo el equilibrio económico y social a nivel global. Sí, ha llovido mucho desde que un tío en pelotas se cargó a otro individuo de la tribu de al lado y se armó la marimorena. Que oye, igual hasta tenía sus razones el pobre señor. Pero en esencia es lo mismo, solo que con petardos que hacen más pupa. Y también parece que fue ayer.

Pero no todo es el ayer. El mañana, como quien dice, también tiene algo que decir en todo este lío. Porque queridos lectores, lectoras y fiestas de guardar, aquí viene lo gordo: todos tenemos una fecha de caducidad. No está escrita en la planta de los pies, ni viene en el DNI. Por suerte. Y tampoco es una fecha de caducidad unipersonal, eso sería demasiado sencillo. Demasiado simple.

Hablo del apagón total, sin querer sonar apocalíptico. No necesariamente debido al puñetero cambio climático, y nada que ver con el apagón analógico ese, que es un engañabobos. Pero, por poner algún ejemplo de fin de la humanidad, nuestro amigo el Sol (ese que nos obliga a comprarnos gafas de 200 euros y produce divertidos melanomas) tiene una vida propia, y morirá como cada uno de nosotros. El problema es que su muerte será bastante más trascendental que la de Lady Diana, aunque pueda parecer lo contrario.

Ninguno de los que estamos aquí lo viviremos. Ni ganas, claro. Pero, ¿no es duro pensar que todo esto tiene un final? ¿Millones de años de avances para que luego todo esto termine por pura lógica astronómica? ¿Coitus interruptus? ¿Y Dios que tendrá que decir? El astro rey, testigo y cómplice de siglos y siglos de saltos evolutivos, fuego y electricidad, dimes y diretes, inquisiciones, cruzadas, dinosaurios, Hitlers, Edisons, cromagnones, Cristobalcolones, neandertales y Chikilicuatres será nuestro verdugo. Paradójico, ¿no?

Por todo esto, si aún sigues leyendo, el consejo es vivir el presente. Porque es único. Porque no habrá otro presente como este. Y, porque el día menos pensado, no habrá pasado, presente ni futuro.