El maravilloso mundo de los ascensores
Hola amigos y amigas del taladro. Hoy os voy a hablar de un elemento muy importante en nuestras vidas: el ascensor. Es de esas cosas que no valoras cuando tienes, pero que cuando se estropea está muy jodido. Sobre todo si vives en un sexto.
Yo, sinceramente, estoy muy unido a mi ascensor. Ya le tengo cariño. Sí, porque me aguanta todas las mañanas, me da los buenos días, ve la cara de lelo que tengo por las mañanas (bueno, y a veces el resto del día). Vamos, que ya es como de la familia. No obstante, no soy el único que tiene cierta confianza con su ascensor.
Porque por ejemplo, ¿quien no se ha puesto alguna vez a hacer el gilipollas dentro de un ascensor? Claro hombre, si no pasa nada por reconocerlo. Son unos breves segundos de total intimidad y liberación en los que te repeinas (o lo intentas), practicas tus mejores gestos (el de seducción, nunca falla), cantas lo que estés oyendo en el mp3. En fin, todo un espectáculo del que nadie, por suerte, es testigo. Salvo tu ascensor. Pero el ya está acostumbrado, y te quiere tal y como eres.
Claro que, a veces tu fiel amigo te deja tirado. Porque sí, tu subes con la vecina del cuarto, la Gertrudis, ¿y de qué coño vas a hablar? Se produce ese tan esperado como universal silencio incómodo. Miras el móvil aunque sabes que sigue siendo el mismo ladrillo de hace 10 minutos, carraspeas exageradamente. Mientras, Gertrudis se mantiene imperturbable. En el caso de hablar de algo, el tema estrella sin lugar a dudas es el tiempo. Hay unas variantes que se repiten:
Otro hecho para comentar es la picardía que existe en torno al ascensor. No hablaremos del famoso pedo del ascensor, porque está muy visto y no da juego, pero sí de las carreras y demás ejercicios estratégicos en el portal. Un tema fascinante. El maravilloso arte de controlar el tempo antes de coger el ascensor. Y podemos distinguir también dos variantes.
La primera, la táctica del petardo en el culo. Consiste en correr como un cabrón hacia el ascensor cuando sabes que Gertrudis viene por detrás para evitar tener que hablar con ella del Protocolo de Kyoto. Un día más. El truco es intentar hacerlo sin que se note demasiado. La segunda, la táctica milenaria de la tortuga coja, basada en detenerte para interactuar con todo lo posible en el portal. Abrir el buzón u ojear la prensa local son dos posibilidades válidas. Estos métodos, tanto uno como otro y según el contexto, son útiles también cuando te apetece subir con la vecina maciza del segundo. Sólo son dos pisos, pero joder, es que está muy buena. Con ella no te importaría quedarte encerrado unas horitas.
Y con esto, llegamos al momento álgido de la relación persona-ascensor: cuando el hijo de puta dice ''hasta aquí hemos llegado, te quedas conmigo porque no me apetece hoy funcionar'' Y efectivamente, te quedas dentro de tu colega. Y te quedas paralizado unos segundos. Luego ves el botón de la alarma. Yo a veces me pregunto para qué coño sirve, porque nadie parece oirlo. Yo creo que es un pitido de esos de ultrasonidos y que va a venir Lassie al rescate. Cuando el ascensor se aburre de la broma, te deja marchar. Si es que en el fondo son unos cachondos mentales.
A pesar de todo, yo sigo teniendo mucho cariño a mi ascensor. Prima el buen rollito, que es lo importante. Y es mejor no hacerlos enfadar...
Seguiremos taladrando. ¡Hasta la M-30 y más allá!
Yo, sinceramente, estoy muy unido a mi ascensor. Ya le tengo cariño. Sí, porque me aguanta todas las mañanas, me da los buenos días, ve la cara de lelo que tengo por las mañanas (bueno, y a veces el resto del día). Vamos, que ya es como de la familia. No obstante, no soy el único que tiene cierta confianza con su ascensor.
Porque por ejemplo, ¿quien no se ha puesto alguna vez a hacer el gilipollas dentro de un ascensor? Claro hombre, si no pasa nada por reconocerlo. Son unos breves segundos de total intimidad y liberación en los que te repeinas (o lo intentas), practicas tus mejores gestos (el de seducción, nunca falla), cantas lo que estés oyendo en el mp3. En fin, todo un espectáculo del que nadie, por suerte, es testigo. Salvo tu ascensor. Pero el ya está acostumbrado, y te quiere tal y como eres.
Claro que, a veces tu fiel amigo te deja tirado. Porque sí, tu subes con la vecina del cuarto, la Gertrudis, ¿y de qué coño vas a hablar? Se produce ese tan esperado como universal silencio incómodo. Miras el móvil aunque sabes que sigue siendo el mismo ladrillo de hace 10 minutos, carraspeas exageradamente. Mientras, Gertrudis se mantiene imperturbable. En el caso de hablar de algo, el tema estrella sin lugar a dudas es el tiempo. Hay unas variantes que se repiten:
- En invierno, hablar del frío y de lo pronto que anochece. Cagarse repetidamente en el cambio de horario es importante.
- En verano, lamentarse del calor o ensalzar el buen día que hace. Mostrar la alegría por el horario de verano, y cagarse en el futuro cambio de horario. Que nunca está de más.
- Y el tema de actualidad: el cambio climático/apocalipsis. Para algo tenía que servir, ¿no?
Otro hecho para comentar es la picardía que existe en torno al ascensor. No hablaremos del famoso pedo del ascensor, porque está muy visto y no da juego, pero sí de las carreras y demás ejercicios estratégicos en el portal. Un tema fascinante. El maravilloso arte de controlar el tempo antes de coger el ascensor. Y podemos distinguir también dos variantes.
La primera, la táctica del petardo en el culo. Consiste en correr como un cabrón hacia el ascensor cuando sabes que Gertrudis viene por detrás para evitar tener que hablar con ella del Protocolo de Kyoto. Un día más. El truco es intentar hacerlo sin que se note demasiado. La segunda, la táctica milenaria de la tortuga coja, basada en detenerte para interactuar con todo lo posible en el portal. Abrir el buzón u ojear la prensa local son dos posibilidades válidas. Estos métodos, tanto uno como otro y según el contexto, son útiles también cuando te apetece subir con la vecina maciza del segundo. Sólo son dos pisos, pero joder, es que está muy buena. Con ella no te importaría quedarte encerrado unas horitas.
Y con esto, llegamos al momento álgido de la relación persona-ascensor: cuando el hijo de puta dice ''hasta aquí hemos llegado, te quedas conmigo porque no me apetece hoy funcionar'' Y efectivamente, te quedas dentro de tu colega. Y te quedas paralizado unos segundos. Luego ves el botón de la alarma. Yo a veces me pregunto para qué coño sirve, porque nadie parece oirlo. Yo creo que es un pitido de esos de ultrasonidos y que va a venir Lassie al rescate. Cuando el ascensor se aburre de la broma, te deja marchar. Si es que en el fondo son unos cachondos mentales.
A pesar de todo, yo sigo teniendo mucho cariño a mi ascensor. Prima el buen rollito, que es lo importante. Y es mejor no hacerlos enfadar...
Seguiremos taladrando. ¡Hasta la M-30 y más allá!
3 comentarios:
muy bueno... ¿a quien no le han pillado haciendo el gilipollas en el ascensor?
...es que a veces las puerta no se abren en el piso esperado porque otro fue más rápido al llamarlo que tu al indicarle la planta.
no me gusta el cambio de la web, con tanto texto, y esas pequeñas columnas a los lados se hace todo peor legible.
Y bueno, con esas imagenes de construccion y OPEN 24 HOURS.. Esto parece la remodelacion del burdel de tu tia viuda.
Sin acritud, la ultima frase es mitica en los Simpson XD
No pasa nada hombre. El tema es que me agobiaba ver una columna kilométrica, y decidí repartir el peso.
Las señales de construcción no están por casualidad. Si el blog no tuviera este nombre otro gallo cantaría xD
Saludos!
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