Los putos examenes
¿A qué es lo que estabáis pensando? Si es que no hay otra: los examenes son una puta mierda
Los examenes pueden llegar a ser muy divertidos, pero hay que tomarselo con filosofía. Y os preguntaréis, ¿quien coño es esa tal filosofía? Ni idea, pero ya os digo, tomaros algo con ella. No se la entiende mucho cuando habla, pero es una chica muy interesante.
Lo que quiero decir es que hay que ir a los examenes con predisposición, con una sonrisa de oreja a oreja, y no perderla nunca. Ni cuando vas a mear tres veces antes de entrar a clase, producto de los nervios. La sonrisa debe permanecer hasta el término del examen, momento en el cual ésta se desvanecerá y dará paso a las lágrimas, los lamentos, y las agradables menciones a la familia del profesor correspondiente. En caso de haber hecho un buen examen y salir satisfecho del aula... enhorabuena, mantén la sonrisa hasta el próximo!
Otro detalle importante es llevar boligrafos de sobra, que luego vienen los problemas. Se de uno que escribió el último párrafo del examen con su propia sangre cuando se quedó sin tinta en el boli. Todo un ejemplo de valentía y coraje. Sin embargo, dio positivo en los análisis y suspendió. Como Heras.
Por muy bien preparado que lleves un examen, siempre hay ciertos momentos críticos durante la realización del mismo. Uno de ellos es el momento clave en el que levantas la vista del papel y ves a todo dios escribiendo menos tú. Acojona, ¿eh? Otro momento clave es cuando te quedas en blanco, in albis, jodido vamos. Se soluciona mordiendo el capuchón del bolígrafo o cerrando los ojos muy fuerte. Si esto no funciona, encomiéndate a todos los santos o a Froilán, que pal caso es lo mismo.
Pero para mí el instante más duro, más dramático, cuando se te ponen los huevos de corbata, es el instante en que terminas de escribir y queda aún una hora de tiempo estipulado. Tu vida pasa por delante de tus ojos y te formulas preguntas que paralizan tu cuerpo por segundos. ¿Qué coño he hecho mal? ¿Por qué he tardado tan poco? ¿Por qué los demás tardan tanto? ¿Hay agua en Marte? ¿Hay vida en la televisión pública? Muy duro, lo se, pero hay que aprender a convivir con ello.
Luego entregas el examen, generalmente justo después que alguno de tus amigos. Este es un detalle importante para sentirse arropado después de tan dramática experiencia. Y claro, inevitablemente toca terapia de grupo. A mí me encantan, aunque son un puto arma de doble filo: o sales feliz de cojones, o te hundes en la miseria. Aún contando con esa segunda posibilidad nunca se puede evitar llevar a cabo esta corrección comunal. ¿Nervios? ¿Masoquismo? Quién sabe.
Pues creo que ya está, no me dejo nada en este repaso a los examenes y su contexto histérico-social. Y si se me ha olvidado algo, para septiembre me lo estudio mejor.
A cascarla mangurrianes!
Los examenes pueden llegar a ser muy divertidos, pero hay que tomarselo con filosofía. Y os preguntaréis, ¿quien coño es esa tal filosofía? Ni idea, pero ya os digo, tomaros algo con ella. No se la entiende mucho cuando habla, pero es una chica muy interesante.
Lo que quiero decir es que hay que ir a los examenes con predisposición, con una sonrisa de oreja a oreja, y no perderla nunca. Ni cuando vas a mear tres veces antes de entrar a clase, producto de los nervios. La sonrisa debe permanecer hasta el término del examen, momento en el cual ésta se desvanecerá y dará paso a las lágrimas, los lamentos, y las agradables menciones a la familia del profesor correspondiente. En caso de haber hecho un buen examen y salir satisfecho del aula... enhorabuena, mantén la sonrisa hasta el próximo!
Otro detalle importante es llevar boligrafos de sobra, que luego vienen los problemas. Se de uno que escribió el último párrafo del examen con su propia sangre cuando se quedó sin tinta en el boli. Todo un ejemplo de valentía y coraje. Sin embargo, dio positivo en los análisis y suspendió. Como Heras.
Por muy bien preparado que lleves un examen, siempre hay ciertos momentos críticos durante la realización del mismo. Uno de ellos es el momento clave en el que levantas la vista del papel y ves a todo dios escribiendo menos tú. Acojona, ¿eh? Otro momento clave es cuando te quedas en blanco, in albis, jodido vamos. Se soluciona mordiendo el capuchón del bolígrafo o cerrando los ojos muy fuerte. Si esto no funciona, encomiéndate a todos los santos o a Froilán, que pal caso es lo mismo.
Pero para mí el instante más duro, más dramático, cuando se te ponen los huevos de corbata, es el instante en que terminas de escribir y queda aún una hora de tiempo estipulado. Tu vida pasa por delante de tus ojos y te formulas preguntas que paralizan tu cuerpo por segundos. ¿Qué coño he hecho mal? ¿Por qué he tardado tan poco? ¿Por qué los demás tardan tanto? ¿Hay agua en Marte? ¿Hay vida en la televisión pública? Muy duro, lo se, pero hay que aprender a convivir con ello.
Luego entregas el examen, generalmente justo después que alguno de tus amigos. Este es un detalle importante para sentirse arropado después de tan dramática experiencia. Y claro, inevitablemente toca terapia de grupo. A mí me encantan, aunque son un puto arma de doble filo: o sales feliz de cojones, o te hundes en la miseria. Aún contando con esa segunda posibilidad nunca se puede evitar llevar a cabo esta corrección comunal. ¿Nervios? ¿Masoquismo? Quién sabe.
Pues creo que ya está, no me dejo nada en este repaso a los examenes y su contexto histérico-social. Y si se me ha olvidado algo, para septiembre me lo estudio mejor.
A cascarla mangurrianes!
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